La otra noche de guardia me encontraba,
y vi del cielo que una nube se bajaba,
sobre ella se hallaba posada
una mujer con el cabello muy dorado.
Me miró y con dulce voz me dijo:
¿Qué haces aquí en la noche y solitario?
Si hasta te ves un tanto cansado,
vamos te invito a mi lecho encantado.
Lo pensé por un momento y le dije:
Mujer hermosa, te ves irresistible,
y si no fuera un cadete bien parado,
me iría contigo encantado de la vida.
Pero deja que te diga algo:
no la cambiaría ni por oro, ni por plata,
esta carrera un tanto sufrida,
pero es mi vida y la quiero como a nada.
Ahora, mujer, ve y sigue tu camino,
que yo me quedo de coraje imbuido.
0 comentarios:
Publicar un comentario